Amada mía
llegaste a mi vida
y se desvaneció
la soledad que me cubría,
como se desvanece la noche
cuando llega el día.
En tus ojos me quiero mirar
y con tu pelo suelto jugar.
Tus labios quiero besar
y tus tiernas manos
entre las mías tomar.
Eres mi regalo anhelado,
que con fervor pedí
al mismo Dios que adoramos.
Pacientemente te esperé,
ahora estás aquí a mi lado.